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Mensaje de fin de año 2019.

Estamos viviendo los últimos días del año 2019, se acaba el calendario, se acercan las fiestas cristianas, la sociedad da sus últimos esfuerzos para ganarle al cansancio y se concentra en las vacaciones que pueda costearse. Diciembre es un buen mes para dedicarle un tiempo a la reflexión y quería compartir algunas ideas con Ustedes.

Como cualquier año de todos los tiempos éste tuvo sus altos y bajos, sus aciertos y desencuentros, éxitos y no tanto. Un año de cambios más allá de las voluntades y de democracia expresada en sus caras más bellas y amargas. Pero gozamos de democracia. Los movimientos se concretan y los proyectos personales de muchos de nosotros se planteaban desde antes de mandatos quinquenales y se proyectan más allá de los períodos de gobierno. En tiempos de santos y demonios, de largos dedos índices y voces amplificadas, quiero mantener mi deseo de unidad nacional, de vivir en un país diverso y respetuoso, trabajador por su futuro y garante defensor de las libertades personales.

Este año me he encontrado con hombres y mujeres que desde su profesión, oficio o tarea, aportan su granito o camión de arena a un país más educado, respetuoso y desarrollado, desde la fama y el anonimato, de los remunerados y los del corazón que buscan la calidad y la innovación, pero también la tradición y la costumbre, que construyen y no destruyen, de los que plantan y después, siguen plantando. He recibido las sonrisas más hermosas de Niños y los gestos de educación más esmerados, tan poco fluidos por su corta edad, como esmerados por cumplir con la educación de sus padres y es inevitable emocionarse al ver en sus límpidos ojos buscar ser esos ciudadanos que todos queremos que pueblen la República Oriental del Uruguay.

Me alegra haber trabajado y compartido con personas que quieren su profesión, que no conocen el desgano, la limitación, el “no se puede”, el cansancio, la mediocridad y la crítica destructiva. Hay gente haciendo productos y arte de calidad que compite en el mundo entero. Contamos con un potencial enorme y me temo que en su mayoría es desconocido o peor aun, ignorado. Personas que con apenas una oportunidad de mostrar para lo que se prepararon durante lustros o décadas e invirtieron su futuro y comodidades mundanas, es suficiente para impulsarlos toda una vida a trabajar en lo que les gusta. Eso es suficiente para impulsar un país. No se olvide de mirar al costado, muchísimas veces encontrará algo mejor y más barato que en el exterior. No es apostar a lo nacional aunque sea malo. Es apostar a lo bueno sin despreciarnos a nosotros mismos.

Este año hacen 10 años que comencé con la fotografía. Hay días que parece lejano. Hay otros que se sienten como si hubiera comenzado la semana pasada. Hay tantos comienzos en esta carrera que lo único que parece contar es la continuidad. Cuando todo es cuesta arriba, cuando vas a dormir convencido que al otro día vendes todo y te comprás un auto cero kilómetro, pero cuando amanece, enmarcas obras fine art; cuando sólo te guía la perseverancia y el “perro negro” de Churchill te muerde los tobillos y aun así redoblas esfuerzos, se templa la vida del artista. Construye donde nadie más ve cimientos. Le pone cara a la pobreza, brillo a la riqueza, eternidad a lo pasajero y visibilidad al esfuerzo. Diez años ya pasaron y seguimos comenzando.

En este periplo me han recibido en otros países haciéndome sentir como en casa. Estoy profundamente agradecido por tanta generosidad, tanta calidez y respeto. Solo guardo ganas de volver. Pero aquel que pregona aquella frase -nadie es profeta en su tierra- no conoce la calidad humana de los uruguayos. Gracias a todos por tanto cariño, respeto y esmero en cada palabra, cada me gusta y cada emoticón, cada llamada en tiempos de Whatsapp y cada carta en tiempos de Twitter. Me hace profundamente feliz trabajar en Uruguay.

Hace apenas unos días, mi familia y yo fuimos víctimas de un robo dentro de la casa. No sólo se llevan un bien que costó trabajo adquirirlo, sino que nos privaron de una herramienta. Se llevaron pertenencias de mi hermano fallecido y el valor del objeto supera ampliamente el precio comercial. Hemos superado situaciones mucho más difíciles, está claro, pero aquí no está en duda el apego, la resiliencia personal o los escenarios peores posibles que podríamos haber sufrido. Lo que quiero expresar es mi voluntad de concientización sobre lo que deja un robo. Deja secuelas en los animales que amedrentaron para entrar y también dejaron un sentimiento de impunidad, de falta de respeto, mala convivencia con el barrio, desprotección por parte del Estado y que hay personas que no están cumpliendo con sus deberes. Claro está que los niveles de estos sentimientos no pueden quedar donde la situación los dejó. Uno da paso a la razón rápidamente para opacar la desazón. Pero como sociedad no nos deberíamos permitir el daño que nos estamos provocando por no resolver lo que de alguna manera u otra, todos estamos de acuerdo que debemos resolver.

La vida nos obliga a renovarnos y a aprender lecciones que no queríamos tomar, pero como el sol brilla todos los días y en algún lado son las 8, -decía un amigo y se tomaba un whisky a cualquier hora- brindo por las nuevas llegadas a este mundo, con ojitos de ilusión y corazones puros, armados de la energía suficiente para continuar la mejora de este mundo.

No quiero despedirme sin solicitarles un favor -además de como dice Fattoruso: ¡Sea feliz!- planten un árbol y si pueden mil, mejor.

Con la visión puesta en continuar mejorando en lo personal y profesional, agradecido del gran equipo humano con el que he trabajado, el insuperable apoyo de mis más cercanos e íntimos les reitero mi agradecimiento y les deseo un gran 2020, lleno de logros, alegrías, paz y amor.

¡Feliz año!

Marcelo González Calero.