A Whidbey Island
Sentado en tu balcón al cielo vi pasar frente a mí cuatro mundos.
Uno pasaba por debajo de la cordillera Olímpica, espejo entre el puerto de Puget Sound y el gigantesco Océano Pacífico. Otro surcaba los cielos infinitos en la ambición del Hombre por volar más alto y más lejos. El tercero, cruzaba las fronteras entre la realidad y la reflexión, entre la paz y la tranquilidad espiritual. Finalmente, el cuarto exponía la interacción humana con la costa. Entre la pesca y los deportes florecía un mundo lleno de vida salvaje que adornaba los jardines, tanto en las mañanas como en los atardeceres, con vivaces ciervos celosos de sus crías y tímidos conejos pardos en busca del pasto tierno.
Me enamoré de tu juego, mar que entras y sales con total libertad.
Inundas suavemente las arenas adornadas de las más variadas formas de vida.
Traes tus troncos para jugar como si fueras un cachorro lleno de alegría.
Lo dejas a mis pies para que lo lance. Aunque no pueda moverlos, no lo entiendes y traes otro y otro más de rincones y bahías que solo tú conoces.
Tú gobiernas, creces y desapareces. Tú decides cómo, dónde y hasta cuándo.
Así es la vida en este trozo de tierra que le robaste al continente. Que te lo llevaste más lejos. Acariciado con tus densas nieblas, regado con pequeñas gotas de lluvia y decorado con tupidos montes de agujas verdes.
Sólo tus águilas calvas pueden ser más felices que yo. Sólo ellas pueden dormir en tus árboles, comer tus salmones y disfrutar libremente desde el nido, el atardecer multicolor en ambas cordilleras. O contemplar el majestuoso Mount Rainier, rey de todas las montañas que te rodean y cuidan, como centinela ardiente que se impone desde Seattle.
Así son tus cuatro mundos, los puntos cardinales. La Tierra, el Agua, los Animales y la Gente. Mi viaje, un hogar, el amor y la familia.
Marcelo González Calero.
31 de julio de 2011.
Santiago – Chile.